14-02-2011

PROMETEO: VALOR Y VIGENCIA DEL MITO

Introducción:

La búsqueda incesante del sentido de nuestra existencia tiene una raíz psicológica en la vivencia de los mitos, especialmente de los antiguos mitos griegos, en torno a los cuales se desarrolló nuestra cultura occidental y, por consecuencia, nuestros modos de sentir y pensar.

Es sabido que el mito existe desde los albores de la especie humana y que en sí mismo es la forma histórica del devenir de la cultura y del hombre en ella. En este breve trabajo se expondrá una síntesis del mito de Prometeo, personaje que simboliza la civilización y que para algunos fue un anticipo de la figura de Cristo. Esto, con el propósito de sacar algunas orientaciones o conclusiones acerca del valor del mito para nuestra ajetreada y a veces vacía existencia humana.

En este trabajo la idea de “mito” adoptada no es la que se emplea corrientemente diciendo que es una historia fantástica, inventada, una mentira o una suerte de ilusión, como ocurre con los llamados “mitos urbanos”, sino aquella descrita por Mircea Eliade y otros estudiosos del tema, para quienes el mito cuenta una historia sagrada, un acontecimiento que ocurrió en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los “comienzos” cuando lo “sagrado” irrumpió en el mundo, y que por su valor espiritual sigue presente en el inconsciente colectivo.

El mito es siempre un relato que se va transmitiendo de generación en generación, una historia que se estima siempre verdadera y que por lo mismo exige respeto y veneración. Aunque sus personajes son seres sobrenaturales, representan la variedad de conductas humanas y del psiquismo que las mueve, las más de las veces idealizados en una atmósfera de sacralidad que explica los orígenes del mundo y de la especie humana.


La forma más significativa de vivir los mitos es a través de la ejecución de rituales, como la misa en la iglesia católica o las ceremonias celtas, que disponen el espíritu a una trascendencia de lo humano. Así ocurría en las ceremonias religiosas en la antigua Grecia, donde se participaba como individuo al ser iniciado en un culto o como integrante de una comunidad devota a un dios o varios dioses.

La leyenda (de lo que llegó a mis ojos y oídos):

El relato mítico nos cuenta que en los orígenes del Universo los humanos no existían y que sólo los dioses poblaban la vastedad del mundo. El poderoso Zeus, que había destronado a Cronos con la ayuda de otras deidades, regía el Olimpo con la potencia del rayo y otras fuerzas primordiales. Prometeo, el previsor y reflexivo titán, a Zeus dio sus consejos, mas no participó en esas guerras celestiales, porque le parecían demasiado cruentas e insoportablemente prolongadas.

Aquellas guerras trajeron terribles consecuencias. La tierra estaba despoblada porque debido a los numerosos enfrentamientos, tierra, mar y aire se habían convulsionado tanto que desapareció todo vestigio de plantas y animales. Zeus se vio obligado a poner orden en el caos imperante tanto en la tierra como en el cielo. Resolvió entonces que cada uno de los dioses tendría una responsabilidad de la cual tendrían que dar cuenta en el consejo de los olímpicos. De esta manera estarían todos ocupados y él podría dedicarse a holgar tranquilamente.

Prometeo, el titán hijo de Themis y Japeto, tenía un hermano gemelo, Epimeteo, que estaría a cargo de la vida animal, y otro, de fuerza descomunal, llamado Atlas, a quien le correspondió sostener por siglos nuestro planeta sobre sus espaldas. A Prometeo se le asignó la misión de repoblar el mundo, por lo que un día, cuando en oriente nacía la Aurora sonrosada, bajó a la tierra, tomó suave y consistente arcilla y construyó figuras singulares de traza delicada, las que resultaron bastante semejantes a los dioses. Con fuego lento les dio textura acrisolada y con el soplo ardiente de su divina estirpe animó gozoso la arcilla humanizada. Así fue que vino al mundo el hombre y su simiente.

Al contrario de Prometeo, Epimeteo era tardo en pensamiento y debido esta misma condición acabó presuroso una disposición emanada de Zeus tonante. Ocurrió que se le entregaron muchas capacidades para ser distribuidas entre seres vivos, pero se las gastó todas con las plantas y animales, olvidando a la especie humana, que quedó indefensa, desnuda y llorando el sufrimiento. Movido a compasión, Prometeo no dudó un solo instante: otorgó a los humanos el don de caminar erguidos mirando las estrellas y resarció en ellos las múltiples carencias que el torpe Epimeteo les había dado como herencia. Subió después a los cielos y encendió una antorcha en el carro de oro de Helios, el sol resplandeciente, trayendo luego el fuego a su obra humanizante, la que mejoró su potencial cuando Atenea les colocó en la frente esa chispa eterna que es espíritu y razón: la preciosa inteligencia. A pensar y aprender les enseñó después con gran paciencia y, al mismo tiempo, a hablar y cantar en afán o esparcimiento. Los llevó a descubrir de las plantas propiedades, de las flores la belleza y del metal sus cualidades. Fabricaron herramientas, instrumentos musicales, habitaciones confortables. En suma, eran felices, prosperaban.

Prometeo ayudaba a los humanos cuando sacrificaban animales en honor a Zeus omnipotente. Dándose cuenta que por este motivo la gente comenzó a padecer hambre, en una ceremonia no encontró nada mejor que armar dos montones: uno pequeño, con la carne, y otro, más grande, con la grasa y los huesos que cubrió con la piel del animal sacrificado. El goloso Zeus eligió el montón más grande, es decir, las sobras, pero cuando se dio cuenta del engaño montó en violenta cólera y decretó que desde ese instante se prohibía el fuego a los humanos. El mundo se sumió en las tinieblas y por cuarenta días con sus noches llovió sin intervalos. De más está decir que aparecieron el hambre, el frío y las enfermedades.

Por primera vez Prometeo lloró desconsolado. Entonces ascendió a los cielos nuevamente, robó una chispa del radiante fuego, lo escondió dentro de una caña y volvió a dárselo a la pobre gente. Para compensarlos, los liberó de la obsesión demente de saber el día de su propia muerte, les otorgó el don de soñar como los dioses soñaban y el divino poder de crear mundos partir de la palabra.


Aconsejado por los dioses, que no veían con buenos ojos el desarrollo humano, Zeus buscó formas más sutiles para perjudicar a Prometeo y los mortales. Encargó a Hefesto que modelara una hermosa mujer, a quien llamó Pandora, y que llegó hasta donde el titán con una caja de regalo enviada por el soberano. Prometeo se abstuvo de recibirla porque sospechó de sus demasiados dones, pues aparte de su belleza corporal (en verdad estaba “hecha a mano”), tenía voz cautivante y una astucia a toda prueba. Al verla soltera y disponible, el atolondrado e impulsivo Epimeteo la tomó como su esposa de inmediato. Consumado el matrimonio y ya dormido Epimeteo, la mujer, que además era curiosa, quiso sustraer el secreto de la caja misteriosa y al levantar la bella tapa de oro laminada soltó todos los males que allí estaban encerrados. Se abalanzaron en furiosa danza la muerte, el hambre, el dolor, las enfermedades, la fatiga, el odio y la mentira. Sin embargo, para bien o para mal, en el fondo quedó la Esperanza, que dormía con sus alitas plegadas.

Tal estado de cosas no concluyó con ese evento lamentable. Lágrimas de hombre lloró Prometeo después en el Cáucaso rocoso. Por haber infringido los edictos divinos y por haber robado el celeste fuego que entregó a los humanos, Zeus lo condenó a ser encadenado a la roca más dura y desolada. El cojo Hefesto, asistido por la Fuerza y la Violencia, le encadenó los pies y los sujetó a la roca del calvario, lo mismo que hizo luego con las manos. Y allí quedó, soportando el dolor, el frío, el calor, la lluvia, los truenos, el viento y mil calamidades.



No contento con ello, Zeus envió a su perro alado, al águila insaciable, a que lo torturara cuando el alba despuntaba. El águila le devoraba la mitad del hígado durante el día y éste, por la noche, se regeneraba. Zeus en su trono y con la soberbia propia del tirano se burlaba de las desgracias del titán, justificando con su ejemplo las injusticias de dictadores terrenales.

Y así, muriendo de día y de noche renaciendo, siglos de soledad y sufrimiento Prometeo soportó callado, llorando a veces con los dientes apretados. Sufrió, lloró, temió, sobrevivió, se hizo hombre en su martirio aferrado sólo a su voluntad y su conciencia. Jamás renunció a su pacto con los humanos, ni siquiera las veces en que Hermes, el alado mensajero enviado por Zeus, le rogó, lo amenazó y hasta le ofreció prebendas que los otros dioses no gozaban.

Parecía que para el valeroso titán todo había terminado… Pero fue un hombre portentoso, un semidiós, hijo del divino Zeus y de la mortal Alcmena, quien una mañana de rutilante de fragante primavera con certera flecha traspasó al águila funesta. Era Hércules, el formidable gigantón de los doce trabajos, que rompió las cadenas y los clavos que indignos tenían prisionero a Prometeo. Y allí, en la cima sin fin y al borde del abismo, hombre y dios fundieron sus pechos en un solemne abrazo que hizo estremecer al universo entero. Siglos de miseria e ignorancia quedaban atrás. Un nuevo día de paz, justicia y libertad comenzaba sobre la tierra.


Inmediatamente después de este acontecimiento el consejo de los olímpicos se autoconvocó para decidir qué hacer frente a esta nueva alianza que percibían como una amenaza demasiado potente y de complejas implicancias. Que los dioses se reunieran de esta insólita manera sorprendió a Zeus, aunque no tanto, porque desde hacía tiempo lo inquietaba el secreto temor de que algún día sería destronado. Visto que ninguna de las deidades manifestara oposición a su mandato y que por el contrario solicitaban una directriz clara y segura, se retiró a meditar en su templete privado que flotaba entre las nubes.

El tiempo celestial es mucho más amplio que el de los humanos y más perdurables, insondables y misteriosas las decisiones de la divinidad. Muchos años después, cuando Zeus volvió a manifestarse ante los mortales, no lo hizo del modo habitual que utilizaba para seducir a las más bellas mujeres, esto es, suplantando la figura de sus esposos para yacer con ellas, raptándolas disfrazado de toro, o simplemente como una nube, una lluvia de oro o una luz que dejaba encinta a las más hermosas doncellas. No, esta vez se hizo invisible pero comprensible para la inteligencia y el entendimiento humano. Desde entonces se manifestó como el “Logos”, palabra griega equivalente a “sentido”, “significado” o “propósito”, elementos que son fundamentales para la felicidad del género humano. Del Logos devinieron la comprensión, el perdón, la justicia y el derecho inalienable a pensar cada uno por sí mismo. Por lo visto y oído, Zeus también se humanizó, quedando para siempre en la memoria de los pueblos.


Comentario:
El héroe mítico representa lo consciente y su sacrificio, el devenir de la conciencia, condiciones estas que lo mantienen siempre vigente como fuerza psíquica transformadora. El personaje de cómics “Superman”, la saga cinematográfica “La Guerra de las Galaxias” o la literatura fantástica al estilo de “El señor de los Anillos”, son sólo una versión moderna, aunque degradada, de los antiguos héroes mitológicos que permanecen latentes en el inconsciente colectivo.

Existen muchos dioses griegos con diversos atributos, Hera, Hermes, Helios, Afrodita, Atenea…, con los que cada persona puede identificarse y reconocer en sus conductas. Pero cuando se trata de héroes míticos, que están más cercanos a la condición humana, éstos deben enfrentar pruebas, sufrir adversidades o realizar trabajos imposibles para el común de los seres humanos. Aquí el mito enseña que cada ser humano debe reflexionar sobre sí mismo, construirse y perfeccionarse, sacrificarse para lograr lo que anhela tanto en lo espiritual como en lo material.

Observación importante: Un mismo mito puede ser interpretado y entendido con ópticas diferentes sin perder su esencia. En el caso del mito prometeico, el ingeniero y doctor en Economía Alexander Galetovic, cuando analiza la instalación del libre mercado en Chile a partir de las reformas ocurridas en el gobierno militar entre 1973 y 1989, afirma que “Prometeo ya estaba libre en 1981”. Esta referencia a Prometeo es la contraparte del filósofo y economista Carlos Marx, partidario de sistemas económicos cerrados con intervención discrecional del Estado en la fijación de precios y salarios, quien consideraba a Prometeo como símbolo del progreso y el santo-mártir más emblemático en la liberación de los pobres frente a la clase dominante.

Una esperanza: Quién sabe, pero es posible que Prometeo resurja en nuevas utopías donde el desarrollo humano se mida más por el estado de felicidad que por el ingreso per capita. Las nuevas generaciones tienen la posibilidad de hacerlas realidad de modo sustentable y trascendente.

No hay comentarios.: