30-01-2011

SENTIDO DEL LIDERAZGO FEMENINO


Lucha, conquista, dominio, miedo, control, poder. Palabras de ayer y de hoy. Predominan en la prensa, el cine, la televisión; asoman en la calle, en el trabajo; invaden el hogar. Son palabras que expresan nuestro emocionar y actuar, nuestro modo de convivencia, nuestra cultura. La vieja cultura patriarcal a que pertenecemos basa el convivir cotidiano en la aceptación de las jerarquías, la autoridad y el poder; en la valoración del crecimiento, de la procreación; y en la justificación racional del control del otro a través de la apropiación de la verdad. Las prioridades han sido siempre los objetivos masculinos: el control del intelecto y el dominio de la naturaleza. Durante siglos ha prevalecido la imagen de una mujer sometida a los rigores del hogar, impecable, casta, silenciosa y única responsable de la crianza de los hijos. En muchas culturas el varón sigue siendo el guerrero, el fuerte, el mejor alimentado, el que debe tener todo lo que desea, el que decide, el que impone su voluntad y el que merece mayor respeto. Seguimos identificando a los hijos por apellidos que representan sólo la relación paterna. Ser “el hombre de la casa”, es el honor aún aspirado por los niños para asumir el privilegio que gozaron los padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos. O sea, por los siglos de los siglos. Esto no significa que todos los hombres sean inevitablemente violentos y belicosos. Recordemos la no violencia activa de Ghandi, Luther King, John Lennon, Mandela… El problema implícito no es el hombre como sexo. La raíz del problema reside en un sistema donde el poder de lo masculino se ha idealizado, enseñándole a hombres y mujeres a equiparar la verdadera masculinidad con la violencia y la prepotencia, y a considerar como "demasiado blandos" o "afeminados" a los hombres que no se adaptan a este ideal. A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII surgió una luz de esperanza para la humanidad. Es la “Ilustración”, movimiento de ideas filosóficas y políticas que se extendió desde Inglaterra a Francia y Alemania e irradió hacia el resto de Europa, llegando incluso a los nacientes países americanos. Considerado uno de los períodos más intelectualmente revolucionarios de la historia, se caracteriza por una confianza plena en la razón, la ciencia y la educación, para mejorar la vida humana. Junto con una visión optimista de la vida, la naturaleza y la historia, promueve la tolerancia ética y religiosa, la defensa de la libertad del ser humano y de sus derechos ciudadanos. La “razón crítica”, que es pensar con libertad, ha de ser la luz de la humanidad, por eso a este período se le conoce también como “Siglo de las Luces” o “Siglo de la Razón”. Lamentablemente, la historia muestra cómo los poderes fácticos han torcido las mejores intenciones al apropiarse de los avances del pensamiento y de la ciencia. Rian Eisler, en su libro “El Cáliz y la Espada”, dice que gracias a la Ilustración “Por fin, la milenaria lucha de la humanidad por la justicia, la verdad, la belleza, podría llevar nuestros ideales a la realidad. Pero gradualmente, esta gran esperanza y promesa comenzó a declinar”. Durante los siglos XIX y XX, cada vez que se podía, y justificada por nuevas doctrinas “científicas y racionales”, se continuó oprimiendo, matando, explotando y humillando a los congéneres. Prosiguió la esclavitud económica de las que llamaron “razas inferiores” y las guerras coloniales se emprendieron con nuevos propósitos: el “libre comercio” y la “contención” de las potencias rivales. El control masculino sobre las mujeres es justificado ahora por dogmas “científico-racionales”, que Nietzche enuncia brutalmente: "El hombre debe considerar a la mujer como propiedad, un bien que es necesario poner bajo llave, un ser hecho para la domesticidad y que no tiende a su perfección más que en esta situación subalterna". Obviamente, no tardaron en surgir movimientos feministas que reivindicaban la dignidad y los derechos de la mujer, así como la exigencia de paz y de justicia. Esas imposiciones son la oscura herencia que la humanidad sigue soportando en este siglo XXI. Armados de una racionalidad exenta de sentimientos humanistas, algunos siguen hablando de cómo “dominar” la naturaleza, “subyugar” a los elementos y “conquistar” el espacio. Inmersos en su cultura de temor y muerte, jefes de las potencias mundiales explican cómo tienen que emprender guerras o invadir países para conseguir la paz, la libertad y la igualdad, de cómo tienen que asesinar a niños, mujeres y hombres en acciones terroristas para brindar, según ellos, dignidad y liberación a los pueblos oprimidos. Las víctimas de estas acciones violentas no pueden encontrar una “razón” mínimamente aceptable que justifique tanta barbarie. Rescatar y practicar las ideas ilustradas es un desafío para quienes creemos en la libertad de pensamiento. Todos los movimientos modernos post-Ilustración en pro de la justicia social, sean ellos religiosos o seculares, y los más recientes movimientos feminista, pacifista y ecologista, forman parte de un impulso básico para transformar un sistema dominador en un sistema solidario, como fue en sus orígenes la especie humana. Pero, para que estas ideas se hagan realidad, es necesario que hombres y mujeres, hagamos funcionar los dos hemisferios de nuestro cerebro: el racional y el emocional. Seguir ignorando nuestras emociones significa perder su riqueza y sus beneficios, favorecer las enfermedades psicosomáticas y desaprovechar la felicidad y satisfacción que producen las relaciones humanas armoniosas. El corpus callosum, zona del cerebro que conecta a los hemisferios izquierdo y derecho, es más amplio en la mayoría de las mujeres que en la mayoría de los hombres. Muchas mujeres, al hablar y pensar, recurren a más áreas del cerebro que los hombres, hacen más cosas a la vez. Al descubrir algo, recuerdan su sensación, aroma y gusto. Literalmente se “iluminan” más partes del cerebro. Tienen un cerebro “relativista” que ve cómo una solución puede ser adecuada en diversas situaciones, mientras que el enfoque “no-relativista” ve una sola respuesta correcta. El planeta Tierra necesita ahora este tipo de cerebro “relativista”. Con esta “iluminación” emergerá una nueva esperanza, un cambio de paradigmas que incorpora el principio femenino para encontrar solución a los múltiples problemas que están poniendo en peligro el equilibrio de la naturaleza y la existencia de la especie humana: amenazas de guerra atómica, destrucción del medio ambiente, contaminación ambiental, drogadicción, capitalismo despiadado… Carl Gustav Jung dice que en cada hombre cohabita “algo femenino” (ánima) y en cada mujer “algo masculino” (ánimus), semejante a la biología humana, donde las hormonas masculinas y femeninas existen, en distintas proporciones, en los cuerpos masculinos y femeninos. Estos arquetipos o imágenes del inconsciente no son privativos para cada sexo. Ambos pueden ser luz o sombra, es decir, lo masculino o lo femenino de nuestra psiquis que aceptamos o rechazamos desde el Yo consciente. Estar psicológicamente completo supone vivir lo masculino y lo femenino de acuerdo con las proporciones que cada uno tenga en sí mismo. Entre los arquetipos femeninos, Atenea, diosa griega que nació adulta de la cabeza de su padre, aparece muy cercana al mundo masculino. Portando coraza, lanza y escudo, es la gran estratega de pensamiento lúcido y actuar decidido. Valora el pensamiento racional, defiende el dominio de la voluntad y del intelecto sobre el instinto y la naturaleza. Así vimos años atrás a la Secretaria de Estado Condoleeza Rice, imitada por algunas en el Chile nuestro, quien desplegaba su masculinidad, su animus, al actuar decidida en la política, la economía, el control mundial y las guerras. Distinta es Artemisa, diosa de la caza y de la luna, cuyos dominios eran los bosques y la naturaleza salvaje. Se la representaba como portadora de la luz, llevando antorchas en sus manos o con la luna y las estrellas rodeando su cabeza. Este arquetipo es una personificación del espíritu femenino independiente. Representa a la líder o ejecutiva que no ha perdido su feminidad y que puede sentirse completa sin que exista necesariamente una presencia masculina a su lado. ¿Cuál es vuestra diosa? Existen muchas, con diversos atributos: Afrodita, Ceres, Demeter, Hecate... Si no la conocéis, buscadla en vuestros sueños. A nuestro mundo - culturas, sistemas, estructuras - le falta ánima y le sobran formas concretas de ánimus y, así, la totalidad está desequilibrada. Este desequilibrio fundamenta relaciones injustas y jerarquizadas, excesivamente basadas en el poder, que relegan la dimensión femenina y absolutizan la viril. Lo masculino es la Espada, lo abstracto, que separa, discrimina, controla, conquista, aguanta, supera, lucha y crea. Lo femenino es el Cáliz, lo concreto, que recibe, acoge, permite, transige, absorbe, disuelve, une, conecta y gesta. El sentido del liderazgo femenino radica allí, en su propia esencia, pero se potencia y se realiza mejor en la acción armónica de ambos principios. Con el lema “Hagamos el amor y no la guerra”, las protestas mundiales de los años sesenta contra la guerra de Vietnam vieron aparecer la píldora anticonceptiva, que dio a la mujer la posibilidad de decidir cuándo y con quién tener hijos. Así surgieron mujeres líderes que fueron estableciendo las bases para lo que se vive en el mundo de hoy. Ese fue un tremendo avance, aunque insuficiente, porque aquella mujer que primero ha sido prisionera psicológica de los padres, después del marido, o de los hijos, y no se ha liberado, siempre va a tener algo pendiente y, tal vez, no sea feliz. En Chile se ha avanzado bastante sobre derechos y deberes de la mujer: se valora y protege la maternidad, se penaliza la violencia intrafamiliar, existe una ley de divorcio “perfectible”, está prohibido que se las discrimine al optar a un trabajo; pero no se discute y no se legisla sobre el aborto terapéutico, la clonación y la eutanasia, temas que les afectan directamente. Es importante que las mujeres se reúnan, pues tienen mucho que hacer y conquistar. Necesitan observar, estar atentas, respetar, acostumbrarse a disentir, conversar sobre sus diferencias, y aunar sus esfuerzos. Precisan juntarse y crear bases de poder dentro de ellas mismas, no afuera. Cada una debe ser su propia líder y dirigir su destino. Para eso, es imprescindible abandonar el rol de víctimas, ya que si continúan identificándose solamente con la mentalidad de supervivencia, no tendrán energías para avanzar. Pertenece a las mujeres reintroducir la energía propiamente femenina en nuestra sociedad, en el ámbito familiar, profesional, social o político. Pero el problema es que muchas mujeres, a menudo, pierden el contacto con su naturaleza femenina profunda. La idea del universo como una Madre que lo da todo, ha sobrevivido hasta nuestro tiempo, sin embargo, apartándose de la Rueda de la Vida, la mayoría ya no sabe sentirse Tierra y valoriza más el intelecto y la imagen de poder; confía menos en su intuición, aunque al mismo tiempo busca darle un lugar al sentimiento natural de ternura y compasión. La paradoja es que sólo yendo al encuentro de la verdadera naturaleza femenina y respetándola, es como las mujeres pueden acceder a su poder de mujer. Así lo hizo Rigoberta Menchú, humilde indígena de Guatemala y premio Nobel de la Paz. Encontró el coraje para convertirse en portavoz de millones de oprimidos. Tomó el camino del “guerrero de la paz”, al desear restaurar la paz y la armonía, y al atreverse a defender las dos leyes cósmicas de los indígenas: respeto por lo femenino de la naturaleza y respeto por las generaciones futuras. Lo femenino no se aprende en los libros ni a través de los roles, sino a través de las vivencias del cuerpo y la apertura del corazón. Chile se sumó a estos aportes con la llegada al poder de la primera mujer Presidente de la República. La doctora Michelle Bachelet con su “palabra de mujer”, que hoy resuena en Naciones Unidas, privilegió un gabinete en el que actuaron - de manera equiparada - hombres y mujeres. En cierto modo, el actual gobierno continúa con esta buena fórmula. Por el momento, es lo que debe hacerse: buscar la paridad. Con ello, quiérase o no, irán cambiando muchas creencias que harán desaparecer el cuestionado machismo. Cuando el país se acostumbre a que hombres y mujeres valen por su talento y no por su sexo, no importará mucho si lo femenino o lo masculino tiene mayor presencia. Lo masculino aún se vive en Chile de manera machista, ambiciosa de poder, poco relajada, desleal consigo misma, sexista. Y la esencia femenina, a pesar de que está más despierta y puede que se arriesgue más y se acerque más al amor, no está totalmente dueña de sí misma y le teme a la soledad. En esta perspectiva, los varones chilenos vamos asumiendo que los cambios son importantes y - sobre todo - respetables. Dentro de esos cambios, es necesario rescatar las peticiones femeninas de hace unas décadas, en el sentido de que el varón fuera “sacando” su lado femenino y explorando las distintas posibilidades de colaboración con la mujer, en tareas que él siempre sintió que no le correspondían, como limpiar, cocinar o criar los hijos. No se trata de llegar al extremo de transformar lo masculino de su personalidad en algo femenino, menos aun homosexual. Lo cierto es que dejaron de estar de moda los machos violentos y autoritarios. También los exageradamente sensibles. A las nuevas generaciones el accionar puramente patriarcal les parece cada día más lejano. Ya llegará el día en que ello no constituirá más que un triste recuerdo de los tiempos en que las mujeres eran anuladas en todos sus derechos, incluyendo el placer sexual, el más íntimo de los derechos. Hoy el tema es entender que una pareja es la suma de un hombre y una mujer que desean hacer de la vida algo común y feliz. Las actitudes correctas son no pensar sólo en sí mismo; escuchar y que te escuchen; proponer y oír propuestas; decidir en conjunto; fomentar el respeto y sentir que se es parte de un todo. La base de esta actitud es el amor, que purifica el espíritu y alimenta la fantasía, aunque debe entenderse también que “No hay lazo que una más a dos personas, que la afinidad de ideas y pensamientos”. En general, los hombres disimulamos el amor, porque en el mundo machista no está bien verse enamorado. Y producto de ese primer error muchas mujeres se vuelven simuladoras. Para cambiar y ser auténticos necesitamos la comunicación. Nadie puede hacerse el ignorante al respecto, porque todos queremos, aunque sólo algunos se atreven. ¡Atrevámonos! Erich Fromm aclara que el amor es una actividad, un poder del alma. Lo describe como una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto” amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado. Agrega que la clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor, es el amor fraternal, y que por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el noble deseo de promover su vida. Este es el amor que debiéramos practicar los hombres y mujeres del planeta. Por eso es necesaria y urgente una educación laica que integre lo racional y lo emocional, lo femenino y lo masculino, para formar, desde la niñez, hombres y mujeres más tolerantes, más solidarios, más humanos.

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